От Луки́, Главы 17-24

—¿Dónde, Señor?

Él les dijo:

—Donde esté el cuerpo, allí se juntarán también las águilas.

—Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios.

—Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios.

—Todo esto lo he guardado desde mi juventud.

—Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.

—¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

—¿Quién, pues, podrá ser salvo?

—Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

—Pues nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido.

—De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres o hermanos o mujer o hijos, por el reino de Dios,

—Cuando lleguemos a Jerusalén se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre,

—¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!

—¡Hijo de David, ten misericordia de mí!

—¿Qué quieres que te haga?

Y él dijo:

—Señor, que reciba la vista.

—Recíbela, tu fe te ha salvado.

—Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me hospede en tu casa.

—Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado.

—Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham,

—Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un asno atado en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo y traedlo.

—¿Por qué desatáis el asno?

—Porque el Señor lo necesita.

—¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

—Maestro, reprende a tus discípulos.

—Os digo que si estos callaran las piedras clamarían.

—¡Si también tú conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos.

—Escrito está: “Mi casa es casa de oración”, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

—Dinos ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad?

—Os haré yo también una pregunta. Respondedme:

—Si decimos “del cielo”, dirá: “¿Por qué, pues, no le creísteis?”

—Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas.

Cuando ellos oyeron esto, dijeron:

—¡Dios nos libre!

—¿Qué, pues, es lo que está escrito?:

»“La piedra que desecharon los edificadores
ha venido a ser cabeza del ángulo.”

—Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad.

—¿Por qué me tentáis?

Respondiendo dijeron:

—De César.

—Pues dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.

—Maestro, Moisés nos escribió: “Si el hermano de alguno muere teniendo mujer y no deja hijos, que su hermano se case con ella y levante descendencia a su hermano.”

—Los hijos de este siglo se casan y se dan en casamiento,

—Maestro, bien has dicho.

—¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David?,

»“Dijo el Señor a mi Señor:
‘Siéntate a mi diestra,

—En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos,

—Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?

—Mirad que no seáis engañados, porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: “Yo soy el Cristo” y: “El tiempo está cerca.” Pero no vayáis en pos de ellos.

—Se levantará nación contra nación y reino contra reino;

—Id, preparadnos la Pascua para que la comamos.

—¿Dónde quieres que la preparemos?

—Al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo hasta la casa donde entre

—¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!,

—Tomad esto y repartidlo entre vosotros,

—Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.

—Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.

—Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores;

—Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo;

—Señor, estoy dispuesto a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte.

—Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.

—Cuando os envié sin bolsa, alforja ni calzado, ¿os faltó algo?

Ellos dijeron:

—Nada.

—Pues ahora el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una.

—Señor, aquí hay dos espadas.

Y él les dijo:

—Basta.

—Orad para que no entréis en tentación.

—¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación.

—Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

—Señor, ¿heriremos a espada?

—Basta ya; dejad.

Y tocando su oreja, lo sanó.

—¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos?

—También éste estaba con él.

—Mujer, no lo conozco.

—Tú también eres de ellos.

Y Pedro dijo:

—Hombre, no lo soy.

—Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.

—Hombre, no sé lo que dices.

Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó.

—Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?

Les dijo:

—Si os lo digo, no creeréis;

—Luego, ¿eres tú el Hijo de Dios?

Y él les dijo:

—Vosotros decís que lo soy.

—¿Qué más testimonio necesitamos?, porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

—Hemos encontrado que este pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César diciendo que él mismo es el Cristo, un Rey.

—¿Eres tú el Rey de los judíos?

Respondiéndole él, dijo:

—Tú lo dices.

—Ningún delito hallo en este hombre.

—Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí.

—Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero, habiéndolo interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en él delito alguno de aquellos de que lo acusáis.

—¡Fuera con ése; suéltanos a Barrabás!

—¡Crucifícalo, crucifícalo!

—¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; lo castigaré y lo soltaré.

—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos,

—Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.

—A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios.

—Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

—Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.

—¿Ni siquiera estando en la misma condenación temes tú a Dios?

—Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino.

—De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Habiendo dicho esto, expiró.

—Verdaderamente este hombre era justo.

—¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

—¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?

—¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?

—¿Qué cosas?

Y ellos le dijeron:

—De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo;

—¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!

—Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado.

Entró, pues, a quedarse con ellos.

—¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?

—Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón.

—¡Paz a vosotros!

—¿Por qué estáis turbados y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?

—¿Tenéis aquí algo de comer?

—Éstas son las palabras que os hablé estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.

—Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día;