От Луки́, Главы 4-10

—Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.

—Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios.”

—A ti te daré todo el poder de estos reinos y la gloria de ellos, porque a mí me ha sido entregada y a quien quiero la doy.

—Vete de mí, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él servirás.”

—Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,

—Dicho está: “No tentarás al Señor tu Dios.”

—Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.

—¿No es éste el hijo de José?

—Sin duda me diréis este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. De tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra.”

—De cierto os digo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.

—Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios, porque para esto he sido enviado.

Hablando estas cosas, decía con fuerte voz: «El que tiene oídos para oír, oiga.»

—¿Qué significa esta parábola?

—A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios, pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.

—Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.

—Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.

—Pasemos al otro lado del lago.

Y partieron.

—¡Maestro, Maestro, que perecemos!

Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y sobrevino la calma.

—¿Dónde está vuestra fe?

Atemorizados, se maravillaban y se decían unos a otros:

—¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y lo obedecen?

—¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.

Y mientras iba, la multitud lo oprimía.

—¿Quién es el que me ha tocado?

Todos lo negaban, y dijo Pedro y los que con él estaban:

—Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y preguntas: “¿Quién es el que me ha tocado?”

—Alguien me ha tocado, porque yo he sentido que ha salido poder de mí.

—Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.

—Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.

—No temas; cree solamente y será salva.

—No lloréis; no está muerta, sino que duerme.

—¡Muchacha, levántate!

—No toméis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas.

—A Juan yo lo hice decapitar; ¿quién, pues, es éste de quien oigo tales cosas?

Y procuraba verlo.

—Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y campos de alrededor y se alojen y encuentren alimentos, porque aquí estamos en lugar desierto.

—Dadles vosotros de comer.

Dijeron ellos:

—No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta multitud.

—Hacedlos sentar en grupos de cincuenta.

—¿Quién dice la gente que soy yo?

—Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado.

—¿Y vosotros, quién decís que soy?

Entonces, respondiendo Pedro, dijo:

—El Cristo de Dios.

—Es necesario que el Hijo del hombre padezca muchas cosas y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día.

—Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.

—Maestro, bueno es para nosotros estar aquí. Hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés y una para Elías.

Pero no sabía lo que decía.

—Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió, porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.

—Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros.

—No se lo prohibáis, porque el que no está contra nosotros, por nosotros está.

—Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?

—Vosotros no sabéis de qué espíritu sois,

Y se fueron a otra aldea.

—Señor, te seguiré adondequiera que vayas.

—Las zorras tienen guaridas y las aves de los cielos nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.

—Sígueme.

Él le respondió:

—Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.

—Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú vete a anunciar el reino de Dios.

—Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.

—Ninguno que, habiendo puesto su mano en el arado, mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.

«La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

—Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis,

—Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?

—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

—Bien has respondido; haz esto y vivirás.

—¿Y quién es mi prójimo?

—Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.

—El que usó de misericordia con él.

Entonces Jesús le dijo:

—Ve y haz tú lo mismo.

—Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.

—Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.