От Ма́рка, Главы 8-14

—¿De dónde podrá alguien saciar de pan a estos aquí en el desierto?

—¿Cuántos panes tenéis?

Ellos dijeron:

—Siete.

—¿Por qué pide señal esta generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación.

—Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.

—Es porque no trajimos pan.

—¿Qué discutís?, ¿porque no tenéis pan? ¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?

Y ellos dijeron:

—Doce.

Y ellos dijeron:

—Siete.

—¿Cómo es que aún no entendéis?

—Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan.

—No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.

—¿Quién dicen los hombres que soy yo?

—Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.

—Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Respondiendo Pedro, le dijo:

—Tú eres el Cristo.

—¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.

—Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

—De cierto os digo que algunos de los que están aquí no gustarán la muerte hasta que hayan visto que el reino de Dios ha venido con poder.

—¡Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí! Hagamos tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

—¿Por qué dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?

—¿Qué discutís con ellos?

—Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo,

—¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo.

—¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?

Él dijo:

—Desde niño.

—Si puedes creer, al que cree todo le es posible.

—Creo; ayuda mi incredulidad.

—Espíritu mudo y sordo, yo te mando que salgas de él y no entres más en él.

—¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?

—Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno.

—¿Qué discutíais entre vosotros por el camino?

—Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos.

—Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue, y se lo prohibimos porque no nos seguía.

—No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí,

—¿Qué os mandó Moisés?

—Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla.

—Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento;

—Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella;

—Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios.

—Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios.

—Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.

—Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.

—¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

—Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!

—¿Quién, pues, podrá ser salvo?

—Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios.

—Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

—De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio,

—Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.

—¿Qué queréis que os haga?

—Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.

—No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?

—Podemos.

Jesús les dijo:

—A la verdad, del vaso que yo bebo beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados;

—Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad.

—¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!

—¡Hijo de David, ten misericordia de mí!

—Ten confianza; levántate, te llama.

—¿Qué quieres que te haga?

El ciego le dijo:

—Maestro, que recobre la vista.

—Vete, tu fe te ha salvado.

Al instante recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino.

«No durante la Fiesta, para que no se alborote el pueblo.»

—¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?,

Y murmuraban contra ella.

—Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho.

—¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua?

—Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo,

—De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar.

—¿Seré yo?

Y el otro:

—¿Seré yo?

—Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.

—Tomad, esto es mi cuerpo.

—Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada.

—Todos os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: “Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas.”

—Aunque todos se escandalicen, yo no.

—De cierto te digo que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces.

—Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

También todos decían lo mismo.

—Sentaos aquí, entre tanto que yo oro.

—Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.

—Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?

—¡Dormid ya y descansad! ¡Basta, la hora ha llegado! He aquí, el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores.

—¡Maestro! ¡Maestro!

Y lo besó.

—¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme?

—¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?

—¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?

—Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo.

—¿Qué más necesidad tenemos de testigos?

Y todos ellos lo condenaron, declarándolo digno de muerte.

También los guardias le daban bofetadas.

—Tú también estabas con Jesús, el nazareno.

—No lo conozco, ni sé lo que dices.

Y salió a la entrada, y cantó el gallo.

—Éste es uno de ellos.

—Verdaderamente tú eres de ellos, porque eres galileo y tu manera de hablar es semejante a la de ellos.

—¡No conozco a este hombre de quien habláis!