Боже, защитник наш! Приникни и призри на лице помазанника Твоего.
Ибо один день во дворах Твоих лучше тысячи. Желаю лучше быть у порога в доме Божием, нежели жить в шатрах нечестия.
Ибо Господь Бог есть солнце и щит, Господь дает благодать и славу; ходящих в непорочности Он не лишает благ.
Господи сил! Блажен человек, уповающий на Тебя!
Начальнику хора. Кореевых сынов. Псалом.
Господи! Ты умилосердился к земле Твоей, возвратил плен Иакова;
простил беззаконие народа Твоего, покрыл все грехи его,
отъял всю ярость Твою, отвратил лютость гнева Твоего.
Восстанови нас, Боже спасения нашего, и прекрати негодование Твое на нас.
Неужели вечно будешь гневаться на нас, прострешь гнев Твой от рода в род?
Неужели снова не оживишь нас, чтобы народ Твой возрадовался о Тебе?
Яви нам, Господи, милость Твою, и спасение Твое даруй нам.
Послушаю, что скажет Господь Бог. Он скажет мир народу Своему и избранным Своим, но да не впадут они снова в безрассудство.
Так, близко к боящимся Его спасение Его, чтобы обитала слава в земле нашей!
Милость и истина сретятся, правда и мир облобызаются;
истина возникнет из земли, и правда приникнет с небес;
и Господь даст благо, и земля наша даст плод свой;
правда пойдет пред Ним и поставит на путь стопы свои.
Masquil de Asaf
78:1 Escucha, pueblo mío, mi Ley; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca.
78:2 Abriré mi boca en proverbios; hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos,
78:3 las cuales hemos oído y entendido, las que nuestros padres nos contaron.
78:4 No las encubriremos a sus hijos, contaremos a la generación venidera las alabanzas de Jehová, su potencia y las maravillas que hizo.
78:5 Él estableció testimonio en Jacob y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificaran a sus hijos;
78:6 para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nazcan; y los que se levanten lo cuenten a sus hijos,
78:7 a fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos
78:8 y no sean como sus padres, generación terca y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni cuyo espíritu fue fiel para con Dios.
78:9 Los hijos de Efraín, arqueros muy diestros, volvieron las espaldas en el día de la batalla.
78:10 No guardaron el pacto de Dios ni quisieron andar en su Ley;
78:11 al contrario, se olvidaron de sus obras y de sus maravillas que les había mostrado.
78:12 Delante de sus padres hizo maravillas en la tierra de Egipto, en el campo de Zoán.
78:13 Dividió el mar y los hizo pasar. Detuvo las aguas como en un montón.
78:14 Los guió de día con nube y toda la noche con resplandor de fuego.
78:15 Hendió las peñas en el desierto y les dio a beber como de grandes abismos,
78:16 pues sacó de la peña corrientes e hizo descender aguas como ríos.
78:17 Pero aun así, volvieron a pecar contra él, rebelándose contra el Altísimo en el desierto,
78:18 pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto.
78:19 Y hablaron contra Dios, diciendo: «¿Podrá poner mesa en el desierto?
78:20 Él ha herido la peña, y brotaron aguas y torrentes inundaron la tierra. ¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo?»
78:21 Y lo oyó Jehová y se indignó; se encendió el fuego contra Jacob y el furor subió contra Israel,
78:22 por cuanto no le habían creído ni habían confiado en su salvación.
78:23 Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, abrió las puertas de los cielos
78:24 e hizo llover sobre ellos maná, para que comieran, y les dio trigo de los cielos.
78:25 Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarlos.
78:26 Movió el viento solano en el cielo, y trajo con su poder al viento del sur,
78:27 e hizo llover sobre ellos carne, como polvo; como la arena del mar, aves que vuelan.
78:28 Las hizo caer en medio del campamento, alrededor de sus tiendas.
78:29 Comieron y se saciaron; les cumplió, pues, su deseo.
78:30 No habían saciado aún su apetito, aún estaba la comida en su boca,
78:31 cuando vino sobre ellos el furor de Dios, e hizo morir a los más robustos de ellos y derribó a los escogidos de Israel.
78:32 Con todo esto, volvieron a pecar y no dieron crédito a sus maravillas.
78:33 Por tanto, hizo acabar sus días como un soplo y sus años en tribulación.
78:34 Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya,
78:35 y se acordaban de que Dios era su refugio, que el Dios Altísimo era su redentor.
78:36 Pero lo halagaban con su boca, y con su lengua le mentían,
78:37 pues sus corazones no eran rectos con él ni permanecieron firmes en su pacto.
78:38 Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo.
78:39 Se acordó de que eran carne, soplo que va y no vuelve.
78:40 ¡Cuántas veces en el desierto se rebelaron contra él, y lo enojaron en el yermo!
78:41 Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel.
78:42 No se acordaban de su mano, del día que los redimió de la angustia;
78:43 cuando manifestó en Egipto sus señales y sus maravillas en el campo de Zoán.
78:44 Y volvió sus ríos en sangre, y sus corrientes, para que no bebieran.
78:45 Envió entre ellos enjambres de moscas que los devoraban y ranas que los destruían.
78:46 Dio también a la oruga sus frutos y sus labores a la langosta.
78:47 Sus viñas destruyó con granizo y sus higuerales con escarcha.
78:48 Entregó al granizo sus bestias y sus ganados a los rayos.
78:49 Envió sobre ellos el ardor de su ira; enojo, indignación y angustia, ¡un ejército de ángeles destructores!
78:50 Dispuso camino a su furor; no eximió la vida de ellos de la muerte, sino que los entregó a mortandad.
78:51 Hizo morir a todo primogénito en Egipto, las primicias de su fuerza en las tiendas de Cam.
78:52 Hizo salir a su pueblo como a ovejas y los llevó por el desierto como a un rebaño.
78:53 Los guió con seguridad, de modo que no tuvieran temor; y el mar cubrió a sus enemigos.
78:54 Los trajo después a las fronteras de su tierra santa, a este monte que ganó con su mano derecha.
78:55 Echó las naciones de delante de ellos; con cuerdas repartió sus tierras en heredad e hizo habitar en sus tiendas a las tribus de Israel.
78:56 Pero ellos tentaron y enojaron al Dios Altísimo y no guardaron sus testimonios;
78:57 más bien, le dieron la espalda, rebelándose como sus padres; se torcieron como arco engañoso.
78:58 Lo enojaron con sus lugares altos y lo provocaron a celo con sus imágenes de talla.
78:59 Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel.
78:60 Dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, la tienda en que habitó entre los hombres.
78:61 Entregó a cautiverio su poderío; su gloria, en manos del enemigo.
78:62 Entregó también su pueblo a la espada y se irritó contra su heredad.
78:63 El fuego devoró a sus jóvenes y sus vírgenes no fueron loadas en cantos nupciales.
78:64 Sus sacerdotes cayeron a espada y sus viudas no hicieron lamentación.
78:65 Entonces despertó el Señor como quien duerme, como un valiente que grita excitado por el vino,
78:66 e hirió a sus enemigos por detrás; les dio perpetua afrenta.
78:67 Desechó la casa de José y no escogió la tribu de Efraín,
78:68 sino que escogió la tribu de Judá, el monte Sión, al cual amó.
78:69 Edificó su santuario a manera de eminencia, como la tierra que cimentó para siempre.
78:70 Eligió a David su siervo y lo tomó de los rebaños de ovejas;
78:71 de detrás de las paridas lo trajo, para que apacentara a Jacob su pueblo, a Israel su heredad.
78:72 Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón; los pastoreó con la pericia de sus manos.
Salmo de Asaf
79:1 ¡Vinieron, Dios, las naciones a tu heredad! ¡Han profanado tu santo templo! ¡Han reducido Jerusalén a escombros!
79:2 ¡Han dado los cuerpos de tus siervos por comida a las aves de los cielos, la carne de tus santos a las bestias de la tierra!
79:3 Como agua derramaron su sangre en los alrededores de Jerusalén y no hubo quien los enterrara.
79:4 Somos afrentados por nuestros vecinos, escarnecidos y ofendidos por los que están en nuestros alrededores.
79:5 ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo?
79:6 ¡Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen y sobre los reinos que no invocan tu nombre!,
79:7 porque han consumido a Jacob y su morada han destruido.
79:8 No recuerdes contra nosotros las maldades de nuestros antepasados. ¡Vengan pronto a nuestro encuentro tus misericordias, porque estamos muy abatidos!
79:9 ¡Ayúdanos, Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre! ¡Líbranos y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre!,
79:10 porque dirán los gentiles: «¿Dónde está su Dios?» ¡Sea notoria en las naciones, delante de nuestros ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que ha sido derramada!
79:11 Llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte,
79:12 y devuelve a nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia con que te han deshonrado, Jehová.
79:13 Y nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre. ¡De generación en generación cantaremos tus alabanzas!
80:1 Al músico principal; sobre «Lirios». Testimonio. Salmo de Asaf
80:2 Pastor de Israel, escucha; tú que pastoreas como a ovejas a José, tú que estás entre querubines, resplandece.
80:3 ¡Despierta tu poder delante de Efraín, de Benjamín y de Manasés, y ven a salvarnos!
80:4 ¡Dios, restáuranos! ¡Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos!
80:5 Jehová, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo mostrarás tu indignación contra la oración de tu pueblo?
80:6 Les diste a comer pan de lágrimas y a beber lágrimas en abundancia.
80:7 Nos pusiste por escarnio de nuestros vecinos y nuestros enemigos se burlan de nosotros.
80:8 ¡Dios de los ejércitos, restáuranos! ¡Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos!
80:9 Hiciste venir una vid de Egipto; echaste las naciones y la plantaste.
80:10 Limpiaste el terreno para ella, hiciste arraigar sus raíces y llenó la tierra.
80:11 Los montes fueron cubiertos con su sombra y con sus sarmientos los cedros de Dios.
80:12 Extendió sus vástagos hasta el mar y hasta el río sus renuevos.
80:13 ¿Por qué rompiste sus cercas y la vendimian todos los que pasan por el camino?
80:14 La destroza el puerco montés y la bestia del campo la devora.
80:15 Dios de los ejércitos, vuelve ahora; mira desde el cielo, considera y visita esta viña,
80:16 la planta que plantó tu diestra y el renuevo que para ti afirmaste.
80:17 ¡Quemada a fuego está, asolada! ¡Perezcan por la reprensión de tu rostro!
80:18 Sea tu mano sobre el varón de tu diestra, sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste.
80:19 Así no nos apartaremos de ti; vida nos darás e invocaremos tu nombre.
80:20 ¡Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos! ¡Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos!
81:1 Al músico principal; sobre Gitit. Salmo de Asaf
81:2 ¡Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra! ¡Al Dios de Jacob aclamad con júbilo!
81:3 Entonad canción y tocad el pandero, el arpa que deleita y el salterio.
81:4 Tocad la trompeta en la nueva luna, en el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne,
81:5 porque estatuto es de Israel, ordenanza del Dios de Jacob.
81:6 Lo constituyó como testimonio en José cuando salió por la tierra de Egipto.
Oí un lenguaje que no entendía:
81:7 «Aparté su hombro de debajo de la carga; sus manos fueron descargadas de los cestos.
81:8 En la calamidad clamaste y yo te libré; te respondí en lo secreto del trueno; te probé junto a las aguas de Meriba. Selah
81:9 »Oye, pueblo mío, y te amonestaré. ¡Si me oyeras, Israel!
81:10 No habrá en ti dios ajeno ni te inclinarás a dios extraño.
81:11 Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto; abre tu boca y yo la llenaré.
81:12 »Pero mi pueblo no oyó mi voz; Israel no me quiso a mí.
81:13 Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos.
81:14 ¡Si me hubiera oído mi pueblo! ¡Si en mis caminos hubiera andado Israel!
81:15 En un momento habría yo derribado a sus enemigos y habría vuelto mi mano contra sus adversarios.»
81:16 Los que aborrecen a Jehová se le habrían sometido y el tiempo de ellos sería para siempre.
81:17 Los sustentaría Dios con lo mejor del trigo, y con miel de la peña los saciaría.
Salmo de Asaf
82:1 Dios se levanta en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga.
82:2 ¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y haréis acepción de personas con los impíos? Selah
82:3 Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso,
82:4 librad al afligido y al necesitado; ¡libradlo de manos de los impíos!
82:5 No saben, no entienden, andan en tinieblas; tiemblan todos los cimientos de la tierra.
82:6 Yo dije: «Vosotros sois dioses y todos vosotros hijos del Altísimo;
82:7 pero como hombres moriréis, y como cualquiera de los príncipes caeréis.»
82:8 ¡Levántate, Dios, juzga la tierra, porque tú heredarás todas las naciones!
83:1 Cántico. Salmo de Asaf
83:2 ¡Dios, no guardes silencio! ¡No calles, Dios, ni te estés quieto!,
83:3 porque rugen tus enemigos y los que te aborrecen alzan la cabeza.
83:4 Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos.
83:5 Han dicho: «Venid y destruyámoslos, para que no sean nación y no haya más memoria del nombre de Israel.»
83:6 A una se confabulan de corazón. Contra ti han hecho alianza
83:7 las tiendas de los edomitas y de los ismaelitas, Moab y los agarenos,
83:8 Gebal, Amón y Amalec, los filisteos y los habitantes de Tiro.
83:9 También el asirio se ha juntado con ellos; sirven de brazo a los hijos de Lot. Selah
83:10 Hazles como a Madián, como a Sísara, como a Jabín en el arroyo Cisón,
83:11 que perecieron en Endor: fueron convertidos en estiércol para la tierra.
83:12 Pon a sus capitanes como a Oreb y a Zeeb; como a Zeba y a Zalmuna a todos sus príncipes,
83:13 que han dicho: «¡Hagamos nuestras las moradas de Dios!»
83:14 Dios mío, ponlos como torbellinos, como hojarascas delante del viento,
83:15 como fuego que quema el monte, como llama que abrasa el bosque.
83:16 Persíguelos así con tu tempestad y atérralos con tu huracán.
83:17 Llena sus rostros de vergüenza, y busquen tu nombre, Jehová.
83:18 Sean confundidos y turbados para siempre; sean deshonrados y perezcan.
83:19 Y conozcan que tu nombre es Jehová; ¡sólo tú, el Altísimo sobre toda la tierra!
84:1 Al músico principal; sobre «Gitit». Salmo para los hijos de Coré
84:2 ¡Cuán amables son tus moradas, Jehová de los ejércitos!
84:3 ¡Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová! ¡Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo!
84:4 Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde poner sus polluelos, cerca de tus altares, Jehová de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.
84:5 ¡Bienaventurados los que habitan en tu Casa; perpetuamente te alabarán! Selah
84:6 ¡Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos!
84:7 Atravesando el valle de lágrimas, lo cambian en fuente cuando la lluvia llena los estanques.
84:8 Irán de poder en poder; verán a Dios en Sión.
84:9 Jehová, Dios de los ejércitos, oye mi oración; ¡escucha, Dios de Jacob! Selah
84:10 Mira, Dios, escudo nuestro, y pon los ojos en el rostro de tu elegido.
84:11 Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios que habitar donde reside la maldad,
84:12 porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.
84:13 ¡Jehová de los ejércitos, bienaventurado el hombre que en ti confía!
85:1 Al músico principal. Salmo para los hijos de Coré
85:2 Fuiste propicio a tu tierra, Jehová; volviste la cautividad de Jacob.
85:3 Perdonaste la maldad de tu pueblo; todos los pecados de ellos cubriste. Selah
85:4 Reprimiste todo tu enojo; te apartaste del ardor de tu ira.
85:5 Restáuranos, Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira contra nosotros.
85:6 ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en generación?
85:7 ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?
85:8 ¡Muéstranos, Jehová, tu misericordia y danos tu salvación!
85:9 Escucharé lo que hablará Jehová Dios, porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no se vuelvan a la locura.
85:10 Ciertamente cercana está su salvación a los que lo temen, para que habite la gloria en nuestra tierra.
85:11 La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron.
85:12 La verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde los cielos.
85:13 Jehová dará también el bien y nuestra tierra dará su fruto.
85:14 La justicia irá delante de él y sus pasos nos pondrá por camino.
Ein Lied Asafs, nach der Weise Jedutuns.
Ich schreie zu Gott, so laut ich kann; ich schreie zu Gott, er wird mich hören.
In meiner Angst suche ich den Herrn; nachts strecke ich die Hand nach ihm aus, ohne davon zu ermüden. Trost von Menschen kann mir nicht helfen!
Denke ich an Gott, so muss ich stöhnen. Komme ich ins Grübeln, so packt mich Verzweiflung.
Er hindert mich, die Augen zuzumachen; ich bin verstört, kaum finde ich Worte.
Ich denke nach über frühere Zeiten, ich erinnere mich an längst vergangene Jahre,
als mich beim Saitenspiel noch Freude erfüllte. Die ganze Nacht verbringe ich mit Grübeln, immer wieder bewegen dieselben Fragen mein Herz:
Hat der Herr uns für immer verstoßen? Will er sich nicht mehr erbarmen?
Ist er nie wieder gut zu uns? Gilt sein Versprechen in Zukunft nicht mehr?
Hat Gott vergessen, sich zu erbarmen? Verschließt er im Zorn sein Herz?
Von Gottes Macht ist nichts zu sehen, der Höchste tut nichts mehr für uns – das ist es, was mich quält!
Ich denke an deine Taten, HERR, deine Wunder von damals mache ich mir bewusst.
Ich zähle mir auf, was du vollbracht hast, immer wieder denke ich darüber nach.
Gott, heilig ist alles, was du tust! Kein anderer Gott ist so gewaltig wie du!
Du bist der Einzige, der Wunder tut; an den Völkern hast du deine Macht bewiesen.
Dein Volk, die Nachkommen Jakobs und Josefs, hast du mit starker Hand befreit.
Als die Wasserfluten dich sahen, Gott, da fingen sie an zu beben, die Tiefen des Meeres begannen zu zittern.
Die Wolken vergossen Ströme von Regen, in ihrer Mitte grollte der Donner und deine Pfeile schossen hin und her.
Dein Wagen donnerte durch die Wolken, deine Blitze erhellten die Welt, die Erde zitterte und bebte.
Dein Weg führte mitten durch das Meer, deine Schritte gingen durch Wassertiefen, doch deine Spuren konnte niemand sehen.
Durch deine Diener Mose und Aaron hast du dein Volk geführt wie eine Herde.
Ein Gedicht Asafs.
Mein Volk, höre auf meine Weisung! Ihr alle, gebt Acht auf meine Worte!
Ich will euch an frühere Zeiten erinnern, euch Gottes geheimnisvolle Führungen zeigen.
Wir kennen das alles seit langen Jahren, weil wir immer wieder davon hörten, wenn unsere Väter es uns erzählten.
Wir wollen es unseren Kindern nicht verschweigen. Auch die kommende Generation soll hören von der Macht des HERRN, von seinen Wundern, von allen Taten, für die wir ihn preisen.
Er hat mit Israel einen Bund geschlossen, den Nachkommen Jakobs seine Weisungen gegeben. Er hat unseren Vorfahren befohlen, ihren Kindern davon zu erzählen,
damit auch die folgende Generation es erfährt, die Kinder, die noch geboren werden. Und wenn sie selbst Eltern geworden sind, sollen sie es weitergeben an ihre Kinder.
Sie sollen auf Gott vertrauen, seine Taten nie vergessen und seine Gebote treu befolgen.
Sie sollen nicht ihren Vorfahren gleichen, der Generation von widerspenstigen Rebellen, unzuverlässig und unbeständig, untreu gegenüber Gott.
– Die Männer von Efraïm, mit Pfeilen und Bogen gerüstet, ergriffen am Tag des Kampfes die Flucht. –
Sie hielten sich nicht an den Bund mit Gott und weigerten sich, seiner Weisung zu gehorchen.
Sie vergaßen die machtvollen Wunder, die er vor ihren Augen getan hatte.
In Ägypten, in der Gegend von Zoan, vor den Augen ihrer Väter, vollbrachte Gott gewaltige Taten:
Er zerteilte das Meer und ließ sie hindurchziehen; er türmte das Wasser auf wie einen Damm.
Tagsüber leitete er sie mit einer Wolke und in der Nacht mit hellem Feuerschein.
In der Wüste spaltete er Felsen und ließ sie Wasser aus der Tiefe trinken.
Aus hartem Gestein brachen Bäche hervor und stürzten mit mächtigem Schwall herab.
Sie aber sündigten weiter gegen den Höchsten, sie widersetzten sich ihm dort im dürren Land.
Sie wagten es, Gott auf die Probe zu stellen, als sie Nahrung verlangten nach ihrem Geschmack.
Sie zweifelten an ihm und sagten: »Bringt Gott es etwa fertig, uns hier in der Wüste den Tisch zu decken?
Es ist wahr, er hat den Felsen geschlagen und das Wasser strömte in Bächen heraus. Aber kann er uns auch Brot besorgen? Kann er Fleisch herbeibringen für sein Volk?«
Als der HERR sie so reden hörte, wurde er zornig auf die Nachkommen Jakobs, sein Zorn traf Israel wie ein Feuer.
Sie hatten ihrem Gott nicht vertraut und nicht mit seiner Hilfe gerechnet.
Trotzdem gab er den Wolken Befehl und öffnete die Himmelstore:
Er ließ das Manna auf sie regnen, er gab ihnen das Korn des Himmels zu essen.
Sie alle aßen das Brot der Engel; Gott schickte ihnen Nahrung und machte sie satt.
Am Himmel setzte er den Ostwind frei, er zwang den Südwind heranzustürmen.
Dann ließ er Fleisch auf sie regnen wie Staub, Vögel, so zahlreich wie Sand am Meer.
Mitten ins Lager ließ er sie fallen, rings um die Zelte der Israeliten.
Sie aßen und wurden mehr als satt; Gott gab ihnen, was sie gefordert hatten,
doch ihre Gier war noch nicht gestillt. Sie hatten das Fleisch noch zwischen den Zähnen,
da wurde Gott zornig auf sie und schlug zu, ihre jungen, starken Männer tötete er.
Aber trotz allem sündigten sie weiter, sie schenkten seinen Wundern kein Vertrauen.
Da nahm er ihrem Leben Sinn und Ziel und ließ sie vergehen in Angst und Schrecken.
Immer wenn Gott einige tötete, begannen die anderen, nach ihm zu fragen, sie wandten sich ihm zu und suchten ihn.
Sie erinnerten sich: Gott war doch ihr Beschützer, er, der Höchste, war ihr Befreier.
Aber alles war Heuchelei; was ihr Mund ihm sagte, war gelogen.
Ihr Herz hielt nicht entschieden zu ihm, sie standen nicht treu zu seinem Bund.
Trotzdem blieb er voll Erbarmen: Er tilgte sie nicht aus, sondern tilgte ihre Schuld. Oft genug verschonte er sie und hielt seinen Zorn im Zaum.
Er wusste ja, sie waren Geschöpfe, vergänglich wie ein Windhauch, der verweht und niemals wiederkehrt.
Wie oft widersetzten sie sich ihm in der Wüste und forderten seinen Zorn heraus!
Immer wieder stellten sie ihn auf die Probe und kränkten ihn, den heiligen Gott Israels.
Sie vergaßen seine großen Taten und den Tag der Befreiung von ihren Feinden.
Damals gab er den Ägyptern Beweise seiner Macht, in der Gegend von Zoan vollbrachte er Wunder.
Er verwandelte die Ströme und Bäche in Blut, sodass niemand mehr daraus trinken konnte.
Er schickte den Feinden Ungeziefer, das sie quälte, und Frösche, die ihr Land verseuchten.
Ihre Ernte lieferte er den Heuschrecken aus, die fraßen den Ertrag ihrer Arbeit.
Er zerschlug ihre Reben durch Hagel, ihre Feigen durch riesige Hagelkörner.
Auch ihr Vieh gab er dem Hagel preis und ihre Herden den Blitzen.
Er ließ seinen glühenden Zorn auf sie los, rasende Wut und furchtbare Plagen, ein ganzes Heer von Unglücksengeln.
Er ließ seinem Zorn freien Lauf; er bewahrte sie nicht länger vor dem Tod, sondern lieferte sie aus an die Pest.
Er tötete jeden erstgeborenen Sohn in den Häusern der Ägypter, der Nachkommen Hams.
Dann führte er sein Volk hinaus wie eine Herde von Schafen und leitete sie auf dem Weg durch die Wüste.
Er führte sie sicher, sie hatten nichts zu fürchten, aber ihre Feinde bedeckte das Meer.
Er brachte sie in sein heiliges Land, zu dem Berg, den er selbst erobert hatte.
Vor ihnen her vertrieb er die Völker; das Land verloste er unter die Seinen und gab es ihnen als Erbbesitz. In den Häusern der Kanaaniter ließ er die Stämme Israels wohnen.
Sie aber forderten den Höchsten heraus, sie richteten sich nicht nach Gottes Geboten.
Sie kehrten sich ab und verrieten ihn genauso wie früher ihre Väter, unzuverlässig wie ein Bogen, dessen Sehne reißt.
Sie ärgerten ihn mit ihren Opferstätten und reizten ihn mit Götzenbildern.
Gott sah das alles und wurde zornig, er ließ die Israeliten im Stich.
Das Zelt, das er bei ihnen aufgeschlagen hatte, seine Wohnung in Schilo, gab er auf.
Den Feinden erlaubte er, die Bundeslade zu entführen, das Zeichen seiner Macht und Hoheit.
Er war so zornig auf sein eigenes Volk, dass er es dem Schwert der Feinde preisgab.
Das Feuer fraß die jungen Männer, den Mädchen sang niemand mehr das Hochzeitslied.
Die Priester wurden mit dem Schwert getötet und die Witwen konnten keine Totenklage halten.
Da wachte der Herr auf, geradeso als hätte er geschlafen, wie ein Krieger, der seinen Rausch abschüttelt.
Er schlug seine Feinde in die Flucht, bedeckte sie mit unauslöschlicher Schande.
Die Nachkommen Josefs verwarf er, den Stamm Efraïm lehnte er als Führer ab.
Doch den Stamm Juda erwählte er und den Berg Zion, den er liebte.
Dort hat er seinen Tempel gebaut, hoch wie der Himmel und fest wie die Erde, die er gegründet hat für alle Zeiten.
Er erwählte David als seinen Vertrauten. Er holte ihn von den Weideplätzen,
vom Hüten der Herde rief er ihn weg und machte ihn zum König Israels, zum Hirten über Gottes eigenes Volk.
Und David sorgte für sie mit redlichem Herzen, er leitete sie mit kluger Hand.
Ein Lied Asafs.
Gott, Fremde sind in dein Land eingefallen; sie haben deinen heiligen Tempel geschändet und Jerusalem in Trümmer gelegt.
Sie haben deine Diener getötet, alle, die zu dir hielten, und haben sie überall liegen lassen als Fraß für die Geier und wilden Tiere.
Im ganzen Umkreis von Jerusalem ist das Blut deines Volkes in Strömen geflossen und niemand war da, der die Toten begrub.
Die Nachbarvölker überschütten uns mit Hohn, sie lachen und spotten über uns.
Wie lange noch, HERR? Willst du für immer zornig auf uns sein? Willst du weiterwüten wie ein Feuer?
Lass deinen Zorn an den Fremden aus, an den Völkern, die dich nicht kennen, den Königreichen, wo man dich nicht ehrt!
Denn sie haben Israel vernichtet und sein Land verwüstet.
Rechne uns nicht das Unrecht an, das unsere Väter begangen haben! Begegne uns bald mit deinem Erbarmen, denn wir sind völlig am Ende!
Gott, unser Retter, hilf uns; deine eigene Ehre steht auf dem Spiel! Befrei uns, vergib uns unsere Schuld; mach deinem Namen Ehre!
Warum sollen die Völker sagen: »Wo ist er denn, ihr Gott?« Lass sie erkennen und lass uns sehen, wie du an ihnen Vergeltung übst für das vergossene Blut deiner Diener!
Lass das Stöhnen der Gefangenen zu dir dringen! Deine Macht ist so groß; darum bewahre das Leben der Todgeweihten!
Unsere Nachbarn haben dich verhöhnt; zahl es ihnen siebenfach zurück!
Wir aber, dein Volk, für das du sorgst wie ein Hirt für seine Herde, wir wollen dir allezeit danken und deinen Ruhm verkünden in allen Generationen!
Ein Lied Asafs, ein Bekenntnis, zu singen nach der Melodie »Lilien«.
Hör uns, Hirt Israels, der du Josefs Nachkommen führst wie eine Herde! Der du über den Keruben thronst, zeige dich in strahlendem Glanz!
Entfalte deine gewaltige Macht vor den Augen deiner Stämme, vor Efraïm, Benjamin und Manasse! Komm und hilf uns!
Gott, richte uns wieder auf! Blick uns freundlich an, dann ist uns geholfen!
HERR, du Gott der ganzen Welt, wie lange willst du noch zornig schweigen, wenn dein Volk zu dir betet?
Du hast uns Kummer zu essen gegeben und becherweise Tränen zu trinken.
Du hast uns zum Zankapfel der Nachbarn gemacht, unsere Feinde treiben ihren Spott mit uns.
Gott, du Herr der Welt, richte uns doch wieder auf! Blick uns freundlich an, dann ist uns geholfen!
In Ägypten hast du einen Weinstock ausgegraben; ganze Völker hast du vertrieben, um ihn an ihrer Stelle einzupflanzen.
Du hast den Boden für ihn gerodet; darum konnte er Wurzeln schlagen und das ganze Land ausfüllen.
Mit seinem Schatten bedeckte er die Berge, mit seinen Zweigen die mächtigen Zedern.
Seine Ranken streckte er aus bis zum Meer, seine Triebe bis hin zum Eufrat.
Warum hast du seine Schutzmauer niedergerissen, sodass jeder, der vorbeikommt, ihn plündern kann?
Das Wildschwein aus dem Wald verwüstet ihn, die Tiere der Steppe fressen ihn kahl.
Komm wieder zu uns, Gott, du Herr der Welt! Blicke vom Himmel herab und sieh uns, kümmere dich um deinen Weinstock!
Schütze ihn, den du selber gepflanzt hast, den Spross, der dir seine Kraft verdankt!
Aber nun ist er umgehauen und verbrannt! Blick unsere Feinde drohend an, damit sie vergehen müssen!
Lege deine Hand schützend auf den König, der an deiner rechten Seite sitzt, auf den Mann, den du stark gemacht hast.
Wir wollen nie wieder von dir weichen! Erhalte uns am Leben, wir wollen uns zu dir bekennen!
HERR, du Gott der ganzen Welt, richte uns doch wieder auf! Blick uns freundlich an, dann ist uns geholfen!
Von Asaf, zu begleiten auf gatitischem Instrument.
Jubelt Gott zu, unserem starken Beschützer! Jauchzt vor Freude über den Gott Jakobs!
Stimmt den Lobgesang an, schlagt die Tamburine, greift in die Saiten von Leier und Laute!
Blast das Horn zum Neumond, blast es wieder zum Vollmond, dem Tag unseres Festes!
Denn das ist eine Vorschrift für Israel, so hat es der Gott Jakobs befohlen.
Diese Regel gab er dem Volk Josefs, als er gegen die Ägypter kämpfte.
Ich höre Worte, die ich so noch niemals hörte:
»Ich habe dir die Last von den Schultern genommen und den schweren Tragkorb aus den Händen.
Du hast zu mir geschrien in deiner Not und ich habe dich daraus befreit. Ich habe dir Antwort gegeben mitten aus der Gewitterwolke, in der ich mich verborgen hielt. An der Quelle von Meriba habe ich dein Vertrauen geprüft.
Mein Volk, hör mir zu, ich muss dich warnen! Wenn du doch auf mich hören wolltest, Israel!
Bei dir darf kein Platz sein für einen anderen Gott, vor keinem fremden Gott darfst du dich niederwerfen!
Ich bin der HERR, dein Gott, ich habe dich aus Ägypten herausgeführt. Mach deinen Mund weit auf, ich werde ihn füllen!
Aber mein Volk hat nicht auf mich gehört, Israel wollte nichts von mir wissen.
Darum überließ ich es seinem Starrsinn; es sollte seinen eigenen Wünschen folgen.
Wenn mein Volk doch auf mich hörte! Wenn Israel doch auf meinem Weg bliebe!
Wie schnell würde ich seine Feinde bezwingen und seine Unterdrücker niederwerfen!«
Alle, die den HERRN hassen, würden vor ihm kriechen müssen und ihre Zeit wäre für immer vorbei.
Doch Israel würde er mit bestem Weizen ernähren und mit Honig aus den Bergen sättigen.
Ein Lied Asafs.
Gott steht auf in der Versammlung der Götter und zieht sie zur Rechenschaft:
»Wie lange wollt ihr noch das Recht verdrehen und für die Schuldigen Partei ergreifen?
Verteidigt die Armen und die Waisenkinder, verschafft Wehrlosen und Unterdrückten ihr Recht!
Befreit die Entrechteten und Schwachen, reißt sie aus den Klauen ihrer Unterdrücker!
Aber ihr seht nichts und ihr versteht nichts! Hilflos tappt ihr in der Dunkelheit umher und die Fundamente der Erde geraten ins Wanken.
Ich hatte zwar gesagt: ́Ihr seid Götter, meine Söhne seid ihr, Söhne des Höchsten!́
Doch ihr werdet wie die Menschen sterben, wie unfähige Minister aus dem Amt gejagt!«
Greif ein, Gott, regiere die Welt; denn dir gehören alle Völker!
Ein Lied Asafs.
Gott, schweig nicht länger! Schau nicht so stumm und tatenlos zu!
Sieh doch, wie deine Feinde toben, wie hoch sie den Kopf tragen, alle, die dich hassen!
Sie haben sich gegen dein Volk verschworen. Heimtückisch schmieden sie Pläne gegen uns, die wir unter deinem Schutz stehen.
»Auf«, sagen sie, »wir löschen Israel aus! Dieses Volk muss verschwinden und sein Name muss vergessen werden!«
Sie halten miteinander Rat, um ein Bündnis gegen dich zu schließen, und schnell sind sie ein Herz und eine Seele:
die Leute von Edom, die Ismaeliter, die von Moab und die Hagariter;
die von Gebal, Ammon und Amalek; die Philister und die Bewohner von Tyrus;
sogar die Assyrer kommen noch dazu und bringen den Nachkommen Lots Verstärkung.
Gott, schlage sie wie die Midianiter, wie Sisera, wie Jabin am Kischonbach.
Sie wurden bei En-Dor vernichtet und blieben als Dünger auf den Feldern liegen.
Behandle ihre Fürsten wie Oreb und Seeb, ihre Führer wie Sebach und Zalmunna,
sie alle, die beschlossen haben: »Wir wollen Gottes Land erobern!«
Du mein Gott, lass sie davonwirbeln wie trockene Disteln, wie Spreu im Wind!
Sei ihnen wie ein Feuer, das den Wald verzehrt, wie eine Flamme, die Berge anzündet!
Jage sie mit deinem Sturm, stürze sie in Panik durch deinen Orkan!
Treib ihnen die Schamröte ins Gesicht, damit sie anfangen, nach dir, HERR, zu fragen!
Bringe für immer Schmach und Schrecken über sie und lass sie in ihrer Schande zugrunde gehen!
Sie sollen erkennen: Du, HERR, unser Gott, du allein bist der Höchste in aller Welt!
Ein Lied der Korachiter, zu begleiten auf gatitischem Instrument.
Meine ganze Liebe gehört deinem Haus, HERR, du großer und mächtiger Gott!
Ich möchte jetzt dort sein, in den Vorhöfen des Tempels – die Sehnsucht danach verzehrt mich! Mit Leib und Seele schreie ich nach dir, dem lebendigen Gott!
Sogar die Vögel dürfen bei dir wohnen; die Schwalben bauen ihr Nest bei deinen Altären und ziehen dort ihre Jungen auf, HERR, du Herrscher der Welt, mein König und mein Gott!
Wie glücklich sind alle, die in deinem Haus Wohnrecht haben und dich dort immerzu preisen können!
Wie glücklich sind sie, die bei dir ihre Stärke finden und denen es am Herzen liegt, zu deinem Heiligtum zu ziehen!
Wenn sie durchs Wüstental wandern, brechen dort Quellen auf, milder Regen macht alles grün und frisch.
Mit jedem Schritt wächst ihre Kraft, bis sie auf dem Zionsberg vor dir stehen.
Höre mein Gebet, Gott, du Herrscher der Welt! Achte auf meine Bitte, du Gott Jakobs!
Blicke freundlich auf unseren Beschützer, auf den König, den du eingesetzt hast!
Ein Tag im Vorhof deines Tempels zählt mehr als sonst tausend. Lieber an der Tür deines Hauses stehen als bei Menschen wohnen, die dich missachten.
Ja, Gott, der HERR, ist die Sonne, die uns Licht und Leben gibt. Er ist der Schild, der uns beschützt. Er schenkt uns seine Liebe und nimmt uns in Ehren auf. Allen, die untadelig leben, gewährt er das höchste Glück.
HERR, du großer und mächtiger Gott, wie gut hat es jeder, der sich auf dich verlässt!